Con poco más de metro y medio, peluca rubia corta de pelo rizado, gafas de sol, labios pintados y una cuerda gruesa amarilla de cortina imperial, ya llama la atención una señora de unos sesenta años, pero si a eso le añadimos un vaso de plástico con agua en una mano y un periquito en la otra, al que zarandea y mal arrima al vaso para que beba, tenemos al personaje de los que quedan pocos.
La vestimenta sólo le define. Son sus jestos, sus ademanes envueltos en una especie de ansiedad, lo que me provoca la reflexión. Pero, como en el cine, nada se escapa al azar, ya que el color del pájaro es un rojizo anaranjado. ¿Casualidad?

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